MAGNIFIQUEMOS NUESTROS LLAMAMIENTOS EN EL SACERDOCIO
Por el presidente Joseph Fielding Smith (Conferencia general de abril de 1970)
Mis amados hermanos: Mis sentimientos son bendecir a aquellos jóvenes y viejos que están
magnificando sus llamamientos en el sacerdocio, y pedir al Señor que derrame sobre ellos las
buenas cosas de su Espíritu en esta vida y les asegure los bienes de la eternidad en la vida
futura.
Con todo mi corazón digo a todos aquellos que obedecen los mandamientos, sirven
fielmente en la Iglesia, y trabajan por el bien y el mejoramiento de la humanidad, con todo mi
corazón yo os digo: Que el Señor os bendiga y vosotros podréis descansar, seguros de que si
continuáis en las vías de la verdad y la justicia, El os dará la bienvenida en su reino eterno y os
dará una herencia con los profetas y santos de todos los tiempos.
Es maravilloso saber que el Señor nos ha ofrecido a cada uno de nosotros la plenitud del
sacerdocio y nos ha prometido que si lo recibimos y magnificamos nuestros llamamientos,
ganaremos una herencia sempiterna con El en su reino.
Este sacerdocio que hemos recibido, es el poder y autoridad de Dios, delegado al hombre
en la tierra para actuar en todas las cosas, para la salvación de los hombres. Ha venido a
nosotros en estos días a través del ministerio de mensajeros celestiales enviados a José Smith
y Oliverio Cowdery.
Cuando Moroni vino a José Smith en septiembre de 1823, él citó aquellas palabras que el
Señor dio a Malaquías: "He aquí, yo os revelaré el sacerdocio, por la mano de Elias el profeta,
antes de la venida del grande y terrible día del Señor" (D. y C. 2:1).
A fin de preparar el camino para la venida de Elias y la restauración del poder de sellar, por
el cual los hombres pueden recibir la plenitud del sacerdocio, Juan el Bautista vino en mayo de
1829 y confirió sobre José y Oliverio el Sacerdocio Aarónico. Poco tiempo después, Pedro,
Santiago y Juan vinieron a darles el Sacerdocio de Melquisedec.
Posteriormente el 3 de abril de 1836, en el Templo de Kirtland, Elias el Profeta volvió y
otorgóles el poder de sellar; sí, el poder de usar el sacerdocio para atar en la tierra y sellar en
el cielo.
Más tarde, en 1841, el Señor reveló al Profeta que la "plenitud del sacerdocio" estaba
disponible para los hombres únicamente en el Templo, en "una casa" edificada en su nombre.
(Véase D. y C. 124.) En 1843 el Profeta dijo: "Si un hombre obtiene la plenitud del sacerdocio
de Dios, debe obtenerlo de la misma manera que lo obtuvo Cristo, y esto fue, guardando los
mandamientos y obedeciendo todas las ordenanzas de la casa del Señor" (Documentary
History of the Church, Vol. 5, página 244).
Permitidme deciros esto de una manera diferente. No importa qué oficio desempeñéis en la
Iglesia; podéis ser un apóstol, un patriarca, un sumo sacerdote o cualquier otra cosa, pero no
podréis recibir la plenitud del sacerdocio ni la plenitud de la recompensa eterna a menos que
recibáis las ordenanzas de la casa del Señor, y cuando recibáis estas ordenanzas, entonces la
puerta estará abierta y podréis obtener las bendiciones a que tienen derecho todos los
hombres.
No penséis que porque alguien tiene un oficio más alto en la Iglesia que el que vosotros
tenéis, eso os impide recibir la plenitud de las bendiciones del Señor. Podéis tenerlas, selladas
sobre vosotros como un élder, si sois fieles; y cuando las recibáis, y viváis fielmente y guardéis
vuestros convenios, tendréis todo lo que un hombre puede obtener.
No hay exaltación en el reino de Dios sin la plenitud del sacerdocio; y todo varón que recibe
el Sacerdocio de Melquisedec, lo hace con un juramento y un convenio por el cual será
exaltado.
Este convenio, por parte del hombre implica: el magnificar su llamamiento en el sacerdocio,
vivir por cada palabra que salga de la boca de Dios y guardar sus mandamientos.
El convenio por parte del Señor establece que si el hombre hace lo que ha prometido,
entonces, le será dado todo lo que el Padre tiene; y ésta es una promesa tan solemne e
importante, que el Señor jura con juramento que así sucederá.
Aquellos que poseen el Sacerdocio Aarónico no han recibido este juramento y convenio que
pertenece al Sacerdocio Mayor, pero tienen un gran poder y autoridad provenientes del Señor.
El Sacerdocio Aarónico es un sacerdocio preparatorio que nos enseña y nos entrena para ser
merecedores de otras grandes bendiciones que vendrán más tarde.
Si servís fielmente como diáconos, maestros y presbíteros, ganaréis la experiencia y
adquiriréis las habilidades y capacidades que os permitirán recibir el Sacerdocio de
Melquisedec y magnificar vuestro llamamiento en él.
El Sacerdocio Aarónico tiene las llaves de la ministración de ángeles, y de la predicación del
arrepentimiento así como la del bautismo para la remisión de pecados. Estas son bendiciones
muy grandes y son necesarias para preparar el camino de bendiciones mayores de la casa del
Señor. Bendiciones de las cuales viene la exaltación.
Todos sabéis que las bendiciones del sacerdocio no están confinadas a los hombres
solamente. Estas bendiciones también son derramadas sobre sus esposas e hijas y sobre
todas las mujeres fieles en la Iglesia. Estas buenas hermanas pueden prepararse guardando
los mandamientos y sirviendo en la Iglesia, para recibir las bendiciones en la casa del Señor. El
Señor ofrece a sus hijas todas las bendiciones y dones espirituales que obtengan sus hijos,
porque ni es el hombre sin la mujer, ni la mujer sin el hombre en el Señor.
Ahora, que las bendiciones del cielo puedan descansar sobre aquellos que poseen el santo
sacerdocio, y sobre todos los hijos de nuestro Padre. Hermanos, tenéis el poder y autoridad de
Dios Todopoderoso, y tenéis en vuestras manos el poder para salvaros y exaltaros junto con
vuestros seres queridos.
No hay en todo el mundo nada tan importante para cada uno de nosotros como buscar en
primer lugar las cosas del reino de Dios, guardar los mandamientos, magnificar nuestros
llamamientos en el sacerdocio, ir a la casa del Señor y recibir la plenitud de tes bendiciones del
reino de nuestro Padre.
Ahora, mis hermanos del sacerdocio. Yo os alabo por vuestra fe y vuestro trabajo en la
causa de la justicia. Os alabo por vuestro celo y devoción en la obra del Señor y por usar
vuestro sacerdocio para bendecir a la humanidad.
Vuestros útiles servicios no pasan desapercibidos para ese Dios a quien servís y en cuya
obra estáis comprometidos. El os ha bendecido y os continuará bendiciendo con las buenas
cosas de la tierra, y reservándoos las riquezas de la eternidad.
Y así, yo pido a Dios porque podáis ser bendecidos y prosperéis, tanto temporal como
espiritualmente, y que podáis ser edificados en la fe y el testimonio, teniendo deseos justos en
vuestros corazones.
Imploro porque el espíritu de paz y amor pueda estar en vuestros hogares, que padres e
hijos podáis trabajar juntos en el sacerdocio y que un perfecto espíritu de unidad prevalezca
entre todos los Santos de los Últimos Días.
Ruego porque nuestro Padre pueda ayudar a nuestros hermanos del Sacerdocio Aarónico a
prepararse para la vida y los guarde en tiempos de dificultades y tentaciones, y que sobre todo,
ellos y todos nosotros, podamos guardar los mandamientos y seamos dignos de la compañía
del Santo Espíritu.
Ruego que todos nosotros podamos tener paz, gozo y satisfacción en la obra del Señor,
mientras estamos en esta probación mortal; y que podamos heredar la vida eterna en el reino
celestial. En el nombre de Cristo. Amén.