La Relación Histórica de las Mujeres Mormonas y el Sacerdocio

27 de diciembre de 2014

Por Linda King Newell y publicado en el DIALOGUE: A JOURNAL OF MORMON THOUGHT, Vol. 18, Num. 3-Fall 1985
Cuando el tema de que las mujeres posean el sacerdocio en la Iglesia SUD surge, a menudo se encuentra con chistes malos (“Yo poseo el sacerdocio cada noche, cuando llega a casa del trabajo,” o “Tal vez las mujeres posean el sacerdocio cuando los hombres se conviertan en madres”), y un despliegue no tan sutil de temor tanto entre los hombres (“¿Qué están tratando de hacer las mujeres? ¿Usurpar el papel masculino en el hogar y la iglesia?”) Como las mujeres (“Yo no querría toda esa responsabilidad, ¿y tú?”). Por lo general, estos miembros de la iglesia están convencidos de que sus puntos de vista son compartidos por todos los miembros fieles, entre ellos “los Hermanos,” y son consistentes con la historia de nuestra Iglesia. Mientras que el examen de esa historia deja sin respuesta la cuestión de la ordenación de mujeres al sacerdocio, la visión histórica de la relación de las mujeres de la Iglesia con el sacerdocio sugiere una visión más amplia de lo que muchos miembros tienen ahora.
Aunque no he encontrado ningún caso en el que las mujeres han reclamado la ordenación al el sacerdocio, hay relatos de mujeres que son "ordenadas" a llamamientos específicos y de mujeres que ejercieron poderes y dones espirituales ahora asignados únicamente a los varones poseedores del sacerdocio. Estas prácticas y la aprobación de ellas por líderes de la Iglesia como Joseph Smith, Brigham Young, John Taylor, Heber J. Grant, y otros, han dejado muchas preguntas sin respuesta.
Cuando José Smith organizó la Sociedad de Socorro el 17 de marzo de 1842 (vea las Actas), dio a las mujeres una autonomía actualmente desconocida en esa organización.
Instruyó a las hermanas para elegir su propia presidenta, quien debería seleccionar a sus consejeras. Luego él “las ordenaría para presidir sobre la sociedad… como la Presidencia preside sobre la iglesia.”
Elizabeth Ann Whitney propuso que Emma Smith fuera hecha presidenta. Sophia Packard la secundó. Emma escogió a Elizabeth Ann Whitney y Sarah M. Cleveland como consejeras. José entonces “leyó la Revelación a Emma Smith, de… Doctrina y Convenios, y declaró que fue ordenada al momento que se daba la revelación [en julio de 1830], para exponer las escrituras a todas, y enseñar a las mujeres parte de la comunidad.” Continuó diciendo que fue designada “Dama Elegida” porque fue “elegida para presidir.”2
Entonces John Taylor “puso sus manos sobre la cabeza de la Sra. Cleveland y la ordenó para ser consejera de… Emma Smith.” Siguió el mismo procedimiento al “ordenar” a Elizabeth Whitney. Susa Young Gates enfatizó después que estas mujeres fueron “no solamente apartadas, sino ordenadas.” En la tercera reunión, 30 de marzo de 1842, José habló a las mujeres y les dijo:
 “la Sociedad debe moverse de acuerdo al antiguo Sacerdocio… iba a hacer de esta Sociedad un reino de sacerdotes como en los días de Enoc –como en los días de Pablo.” 
El 17 de mayo, Newel K. Whitney acompañó a José Smith y dijo a las mujeres:
“En el principio, Dios creó al hombre, varón y hembra, y confirió al hombre ciertas bendiciones propias de un hombre de Dios, de las que participó la mujer, por lo que sin la mujer no se pueden restaurar todas las cosas sobre la tierra –se necesita todo para restaurar el Sacerdocio.” 
Aunque Whitney recientemente había sido iniciado en la investidura y sus comentarios muy seguramente reflejan su conocimiento del futuro papel de las mujeres en esa ordenanza, sus palabras reflejan también una expectativa que muchos tenían en esa época: el papel de la mujer dentro de la Iglesia debía incluir los poderes del sacerdocio –por lo menos en alguna forma. El 28 de abril de 1842, José Smith les dijo a las mujeres:
“Ahora giro la llave para ustedes, en el nombre de Dios, y esta Sociedad, que se regocijen y el conocimiento y la inteligencia fluyan desde este momento.” 
Es importante recordar que las “llaves” generalmente eran asociadas con el “sacerdocio” y que José giró la llave para las mujeres en vez de en su nombre, como la Historia de la Iglesia oficial reportaría (HG 4:607).
El cambio puede rastrearse hasta George A. Smith quien, en 1854, fue asignado para terminar la historia de José Smith. Al trabajar sobre el manuscrito desde el 1 de abril de 1840 hasta el 1 de marzo de 1842 –incluyendo las actas de la Sociedad de Socorro en cuestión – revisó y corrigió la historia ya compilada, usando “reportes de los sermones de José Smith y otros de las actas y bosquejos tomados en el momento, a mano.” Mencionó que usó los escritos de Eliza R. Snow también y dijo que había tomado “gran cuidado… para trasmitir las ideas en el estilo del profeta, lo más apegado posible, y en ningún caso se ha variado el sentimiento que yo sepa” (Jessee, 1973, 458). Sin embargo, no comentó sobre este pasaje particular de las actas o explicó sus razones para cambiar “Doy vuelta a la llave para ustedes” a “Ahora doy vuelta a la llave en su nombre.” La interpretación de George A. Smith ha
permanecido en las publicaciones de la Iglesia desde entonces hasta el presente.
Por el momento que la Sociedad de Socorro fue organizada, las mujeres ya habían ejercido esos dones espirituales como el hablar en lenguas y bendecir a los enfermos.1 Estas prácticas entraron de manera natural a la Sociedad de Socorro. Después de la clausura de la cuarta reunión, 19 de abril de 1842, Emma Smith, Sarah Cleveland, y Elizabeth Whitney administraron a la Hermana Durfee. La semana siguiente, ella testificó que había “sido sanada y creía que las hermanas tenían más fe que los hermanos.” Después de esa reunión. Sarah y Elizabeth bendijeron a otra miembro de la Sociedad de Socorro, Abigail Leonard,“para la restauración de la salud.”
En la reunión siguiente, José Smith habló de manera específica de la conveniencia que las mujeres dieran bendiciones: “Si Dios dio su autorización para sanar… no podría haber más pecado en que alguna de las mujeres impusiera las manos sobre los enfermos, que en mojarse la cara con agua.” Había mujeres ordenadas para sanar a los enfermos y era su privilegio hacerlo. “Si las hermanas deben tener fe para sanar enfermos,” dijo, “que todos refrenen su lengua” (28 de abril 1842).
Después de la muerte de José Smith en junio de 1844, la Sociedad de Socorro no se reunió. La primavera siguiente, sin embargo, varias mujeres deben haberse acercado a Brigham Young acerca de reanudar las reuniones regulares, porque en una reunión de los Setentas declaró que las mujeres “nunca pueden poseer el Sacerdocio aparte de sus esposos.
Cuando quiero que las Hermanas o las Esposas de los miembros de la iglesia levanten la Sociedad de Socorro, las llamaré en mi ayuda, pero hasta entonces que permanezcan en casa y si ustedes ven mujeres apiñándose… y si ellas dicen que José Smith lo inició, díganles que es una maldita mentira, porque sé que él nunca lo alentó” (Seventies Record, 9 March 1845).
Estas minutas dejan algunas dudas. Seguramente Brigham no estaba diciendo que José Smith no organizó la Sociedad de Socorro. Eso es un hecho establecido. Entonces, ¿Qué quiso decir cuando dijo que José no “lo” inició? Tal vez la pista yace en la primera línea, las Mujeres “nunca pueden poseer el Sacerdocio aparte de sus esposos.” La confusión sobre la relación de la Sociedad de Socorro con la autoridad del sacerdocio se haría más profunda, pero los enlaces vitales ya habían sido establecidos entre la Sociedad de Socorro y el ejercicio de los dones espirituales, el sacerdocio, y el templo.
Las “Reuniones de bendiciones,” que habían sido una característica de la vida espiritual tanto de Kirtland como Nauvoo, continuaron. En ellas, los Santos a menudo combinaban la imposición de manos para las bendiciones de salud, lenguas, y profecía. El diario de Eliza R. Snow contiene numerosas referencias a estas ocasiones. Por ejemplo, el 1 de enero de 1847, escribió acerca de recibir una bendición “por medio de nuestra amada madre Chase y la hermana Clarissa [Decker] por medio del don de lenguas,” agrega: “Describir la escena… estaría más allá de mi poder.” (Snow, 1 Ene. 1847). Este grupo de mujeres enseñaría a varias generaciones siguientes de mujeres mormonas sobre los dones espirituales.
Otra práctica surgió de las ordenanzas que los Santos habían recibido en el Templo de Nauvoo. El lavamiento y la unción de los enfermos se convirtieron en una práctica común entre los miembros de la Iglesia, especialmente las mujeres. Era costumbre que la persona que administra una bendición ungiera con aceite la parte del cuerpo necesitada de curación – por ejemplo, un dolor en el hombro o tal vez una pierna aplastada. Por ejemplo, en 1849 Eliza Jane Merrick, una conversa inglesa, reportó sanar a su hermana: “Le ungí el pecho con el aceite que consagraron, y también le di un poco internamente… Continuó muy enferma toda la noche: su respiración entrecortada, y la fiebre muy alta. Le ungí de nuevo el pecho en el nombre del Señor, y pedí sus bendiciones; me hizo la gracia de escucharme, y en el transcurso de veinticuatro horas, ella estaba bien, como si nada hubiera pasado.” (Merrick 1849, 205) Se puede ver fácilmente lo inapropiado que los hombres ungieran a las mujeres en tales casos.
Sin embargo, había quienes cuestionaban la corrección de tales prácticas por las mujeres y los dos hilos de la confianza y la duda comenzaron a entrelazarse. El diario de Mary Ellen Able Kimball registra una visita el 2 de marzo de 1857 para lavar y ungir a una mujer enferma quien inmediatamente se sintió mejor. Pero después de regresar a casa,
Pensé en las instrucciones que había recibido de vez en cuando que el sacerdocio no era conferido a las mujeres. En consecuencia le pregunté al Sr. Kimball [su esposo, Heber C.] si una mujer tenía el derecho a lavar y ungir a los enfermos para la recuperación de su salud o es una burla hacerlo así. Él respondió, en tanto que son obedientes a sus maridos tienen derecho a administrar de esa manera en el nombre del Señor Jesucristo, pero no por la autoridad del sacerdocio investido en ellas, porque esa autoridad no se le da a la mujer.
Mary Ellen concluyó con el tipo de argumento que calmaría los temores de las mujeres durante las siguientes cuatro décadas: “También dijo que podrían administrar por medio de la autoridad dada a sus maridos, en la medida en que eran uno con su marido” (Marzo de 1857).
En otras ocasiones, el concepto que las mujeres poseen el sacerdocio en relación con sus esposos, se vio reforzada cuando los esposos y esposas se unieron para bendecir a sus hijos.
El hijo del mismo nombre de Wilford Woodruff, apenas ordenado sacerdote, estaba a punto de comenzar sus funciones. El futuro presidente de la Iglesia reunió a su familia el 3 de febrero de 1845. “Su padre y madre [Phoebe Carter Woodruff] pusieron sus manos sobre él y le bendijeron y dedicaron para el Señor” (Woodruff 4:244). El 8 de septiembre de 1875, George Goddard registró un incidente similar acerca de su hijo de dieciséis años, Brigham H. En su cumpleaños, “su madre y yo, pusimos nuestras manos sobre su cabeza y pronunciamos una bendición de padres sobre él.”
Aunque estas aplicaciones de la fe eran amorosos y naturales, la cuestión que las mujeres tuvieran la autoridad del sacerdocio, seguía siendo controversial. Zina Huntington, una esposa plural, primero de Joseph Smith y de Brigham Young después, recibió la bendición patriarcal de John Smith, el tío de José, en 1850, que declaraba: "El sacerdocio en plenitud es y será Conferido sobre ti” (Smith 11:6).2 Sarah Granger Kimball, cuya idea era organizar a las mujeres de Nauvoo, había utilizado la estructura del sacerdocio como modelo para la Sociedad de Socorro en su barrio, completo con diaconisas y maestras (S. Kimball 1868). Sin embargo, John Taylor, quien originalmente había ordenado en esos primeros oficios en marzo de 1842, explicó que “algunas de las hermanas han pensado que estas hermanas mencionadas fueron, en esta ordenación, ordenadas al sacerdocio… [pero] no es el llamamiento de estas hermanas poseer el Sacerdocio, solo en relación con sus maridos, siendo uno con sus maridos (JD 21:367-68). Esta declaración de 1880 permaneció como la interpretación oficial.
El 23 de diciembre de 1881, el aniversario del cumpleaños de José Smith, Zina Huntington Young registró en su diario que lavó y ungió a una mujer “por su salud, y administré a otra por su oído,” luego recordó sobre los días en Nauvoo. “He practicado mucho con Mu Hermana Presendia Kimball mientras estábamos en Nauvoo y desde entonces, antes de la muerte de José Smith. Él bendijo a las Hermanas para bendecir a los enfermos.” Luego el 3 de septiembre de 1890, anotó que el Obispo Newel K. Whitney había “bendecido a las hermanas para que tuvieran fe para administrar a sus propias familias en fe humilde, sin decir por medio de la Autoridad del Santo Sacerdocio, sino en el nombre de Jesucristo.” Ella por lo tanto hace una distinción directa entre las bendiciones de las mujeres y las bendiciones del sacerdocio. Seis meses antes ella había visitado a su hijo enfermo y le
administró (Young, Journal, 5 March 1890). (5)
Pero las declaraciones sobre la sanación por las mujeres y las funciones del sacerdocio habían estado creando confusión entre algunos miembros de la Iglesia durante varios años.
En 1878, Angus Cannon, presidente de la Estaca Salt Lake, había anunciado:
“Las hermanas tienen derecho a ungir a los enfermos y orar al Padre para sanarlos, y ejercer esa fe que va a prevalecer con Dios, pero las mujeres deben ser cuidadosas con la forma en que utilizan la autoridad del sacerdocio al administrar a los enfermos.” 
Dos años después, el 8 de agosto de 1880, un discurso de John Taylor sobre “El Orden y los Deberes del Sacerdocio” reafirmó que las mujeres “poseen el sacerdocio, solamente en conexión con sus esposos, siendo uno con sus esposos” (JD 21:368).
Una circular de la Primera Presidencia ese octubre estipulaba que las mujeres “no deben ser ordenadas a ningún oficio en el sacerdocio, sino que puede ser nombradas Ayudas y Asistentes, y Presidentas, entre su propio sexo” y que la unción y la bendición de los enfermos no eran funciones oficiales de la Sociedad de Socorro ya que cualquier miembro de la Iglesia fiel podría realizar las acciones. Las mujeres podían administrar a los enfermos “en sus respectivas familias.” Este reconocimiento planteó otra pregunta: ¿Qué pasa con la administración a los que están fuera del círculo familiar? No dieron ninguna respuesta, aunque sin duda se había establecido la práctica de llamar a los élderes o a las hermanas.
Otra cuestión era si las mujeres tenían que ser apartadas para bendecir a los enfermos. En 1884, Eliza R. Snow afirmó:
“Cualquiera de las hermanas que honren sus santos dones, no sólo tienen el derecho, sino que deben sentir que es un deber, siempre que sean llamadas a administrar a nuestras hermanas en estas ordenanzas, las cuales Dios ha comprometido generosamente a sus hijas, así como a sus hijos” (Snow, 1884).
Dos puntos de vista diferentes estaban ahora en la imprenta. Eliza Snow y la Primera Presidencia estaban de acuerdo en que la Sociedad de Socorro no tenía el monopolio de la ordenanza de la administración por y para las mujeres. La Primera Presidencia, sin embargo, da a entender que la ordenanza ahora debe limitarse a la familia de la mujer, sin especificar ningún requisito, excepto la fidelidad. Eliza Snow, por otra parte, no había dicho nada de limitar las administraciones a la familia –efectivamente, la implicación está clara que cualquiera con necesidad de una bendición debería recibirla –pero dijo que solamente las mujeres que habían sido investidas podrían oficiar.
Cuando precisamente el mismo acto se llevaba a cabo y casi las mismas palabras eran usadas entre las mujeres en el templo, entre las mujeres fuera del templo, y entre los hombres administrando a las mujeres, la diferencia –en la mente promedio –de hecho se volvió sombría.
A pesar de la ambigüedad creciente cuando se cerraba el siglo XIX, las hermanas principales habían mantenido con éxito su derecho a ejercer el don de la bendición y habían sido apoyadas por la jerarquía eclesiástica. El siglo XX vería un cambio definitivo.
Louisa "Lula" Greene Richards, ex editora del Woman's Exponent, escribió una carta un tanto lacónica al presidente Lorenzo Snow el 9 de abril de 1901 en relación con un artículo que había leído en el Deseret News. Se había declarado:
“El Presbítero, Maestro o diácono pueden administrar a los enfermos, y así puede un miembro, hombre o mujer, pero ninguno de ellos puede sellar la unción y bendecir, porque la autoridad para hacer eso recae en el sacerdocio según el orden de Melquisedec.”
Lula escribió:
Si la información proporcionada en la respuesta es absolutamente correcta, entonces yo y miles de otros miembros de la Iglesia han sido mal informados y estamos trabajando bajo un error muy grave, que sin duda debe ser corregido con autoridad. La hermana Eliza R. Snow Smith [la hermana de usted], desde el profeta José Smith, su marido, enseñó a las hermanas en su día, que una parte muy importante de la ordenanza sagrada de las administraciones a los enfermos era el sellamiento de la unción y bendecir, y nunca debería omitirse. Y seguimos continuamente el patrón que nos dio. No sellamos en la autoridad del sacerdocio, sino en el nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.
No hay registro de la respuesta de Snow.
En los próximos años, una definición emergente de la autoridad del sacerdocio y un mayor énfasis en su importancia eliminarían las responsabilidades espirituales de las mujeres y vincularían esos derechos con el sacerdocio solo. Las declaraciones autorizando la continuación de las bendiciones de las mujeres sólo se señalaron su dependencia de ese permiso. En algún momento durante la primera década del nuevo siglo, la Sociedad de Socorro circuló una carta llamada simplemente “Respuestas a Preguntas.” Sin fecha, que terminaba con la anotación: “Aprobado por la Primera Presidencia de la Iglesia.” Puede haber sido una respuesta a una lección sin firma del Young Woman's Journal de 1903 que afirmaba que “Solamente el más alto o Sacerdocio de Melquisedec tiene el derecho a imponer las manos para la sanar de los enfermos, o para dirigir la administración… aunque orar por los enfermos es el derecho que necesariamente pertenece a todo miembro de la Iglesia” ("Gifts" 1903, 384). Esta puede ser la primera publicación que afirma que solamente el Sacerdocio de Melquisedec tenía autoridad para sanar. La carta aprobada de la Sociedad de Socorro, sin embargo, indicaba claramente que cualquier mujer investida tenía autoridad para realizar tales servicios y que estas bendiciones no estaban confinadas a su familia. Esta carta también advertía a las mujeres que evitaran semejanzas, en el lenguaje, con las formas del templo, y aunque las bendiciones deberían ser selladas, las hermanas no necesitaban a un poseedor del sacerdocio para hacerlo.
Pero la primera generación que había enseñado que las mujeres poseían el sacerdocio en conexión con sus esposos estaba muriendo. En 1907 el Improvement Era publicó el referéndum: “¿Una esposa posee el sacerdocio con su marido? y ¿puede ella imponer las manos sobre los enfermos con él, con autoridad?” Hablando para una nueva generación, el Presidente José F. Smith respondió:
Una esposa no posee el sacerdocio en conexión con su esposo, pero disfruta los beneficios de ello con él; y si a ella se le solicita que imponga las manos sobre los enfermos, con él, o con cualquier otro oficiante poseedor del sacerdocio de Melquisedec, puede hacerlo así con toda propiedad. No es algo inusual que un hombre y una mujer de manera unida administren a sus hijos, y siendo el esposo el vocero, puede apropiadamente expresar como cortesía “Por la autoridad del santo sacerdocio investido en nosotros” (Smith 1907, 308).
Durante los primeros años del siglo XX, una definición más clara del sacerdocio surgió, trayendo con ella una redefinición del papel de las mujeres. En 1901 B. H. Roberts, miembro del tercer quórum presidente, los Setentas, lamentaba cuán “común” parecía ser poseído el sacerdocio e insistía que el “respeto para el Sacerdocio” iba mucho más allá del respeto a las Autoridades Generales para incluir a “todos los que poseen el Sacerdocio… presidentes de estacas,… Obispos… los Presbíteros, que enseñan el Evangelio en las charlas fogoneras del pueblo… y los más humildes que poseen ese poder” (CR Oct. 1901, 58). De este modo, el sacerdocio era definido no solamente como un poder de Dios, sino también como el hombre sobre el que fue conferido. Las declaraciones como esta ensamblaron la práctica de referirse a todos los miembros varones ordenados como “el sacerdocio.”
Por 1913, es evidente que el sacerdocio –es decir, por entonces, la estructura de autoridad de la Iglesia –también tenía autoridad sobre esos dones que una vez habían sido el derecho
de todo miembro de la casa de fe.
Las actas de la Mesa Directiva General de la Sociedad de Socorro para el 7 de octubre de 1913 registran una preocupación creciente de la Presidente Emmeline B. Wells:
“En los primeros días en Nauvoo las mujeres administraban a los enfermos y muchos fueron sanados a través de su administración, y aun cuando algunos de los hermanos no aprueban esto, es de esperar que la bendición no será quitada de nosotros” (4:124). 
Este parece ser el primer reconocimiento que la jerarquía de la Iglesia desaprobaba la práctica.
En respuesta a la declaración del Presidente Joseph F. Smith que las auxiliares “nos son independientes del sacerdocio del Hijo de Dios,” la Sociedad de Socorro explicó en su Bulletin de Febrero de 1914, que todos los sistemas tienen su ley. La Iglesia tiene “la ley de Dios” y define el sacerdocio como el poder para administrar en las ordenanzas del Evangelio… Quienes presiden sobre las organizaciones auxiliares reciben su autoridad del Sacerdocio presidente. Las mujeres no poseen el Sacerdocio. Este hecho debe ser encarado serenamente por las madres y explicado claramente a las mujeres jóvenes, porque el espíritu que ahora está afuera en el mundo hace que la demanda de las mujeres por todo lugar y oficio disfrutado por los hombres, y unos cuantos más que los hombres no pueden entrar. Las mujeres en esta Iglesia no deben olvidar que tienen derechos que los hombres no poseen.
El escritor no especifica estos derechos, pero asegura a las mujeres que la mujer superior se casará con “el correcto,” identificable porque “será tan sólo uno o más grados superior en inteligencia y poder a la mujer superior.” En cualquier caso, si él posee el sacerdocio, “las mujeres en todas partes… deben rendir esa reverencia y obediencia que pertenece por derecho al Sacerdocio que posee.” (pp. 1-3)
Una carta de octubre de 1914 a los obispos y presidentes de estaca, del Presidente Joseph F. Smith y sus concejeros, estableció una política oficial sobre los “lavamientos y unciones a nuestras hermanas como preparación para su parto.” Después de afirmar que las hermanas pueden lavar, ungir, sellar unciones, y bendecir a una mujer antes de dar a luz, la carta declara:
“Sin embargo, siempre debe recordarse que el mandato del Señor es llamar a los élderes para administrar a los enfermos, y cuando sean llamados, se les debe pedir que unjan al enfermo o sellen la unción.”
Por 1921 las declaraciones concernientes a las mujeres y su relación con el sacerdocio se habían vuelto más estrechas. En la Conferencia de Abril, Rudger Clawson el Quórum de los Doce dijo a los miembros de la iglesia:
“El Sacerdocio no es recibido, o poseído, o ejercido en ningún grado, por las mujeres de la Iglesia; pero no obstante, las mujeres de la Iglesia disfrutan las bendiciones del Sacerdocio a través de sus esposos” (CR April 1921, 24-25).
Más tarde en la misma conferencia, Charles W. Penrose, de la Primera Presidencia, se
refirió a los comentarios del Élder Clawson y agregó su propio comentario:
Parece que hay un renacimiento de la idea entre algunas de nuestras hermanas que ellas poseen el sacerdocio… Cuando una mujer se sella con un hombre que posee el sacerdocio, ella se convierte en uno con él… Ella recibe las bendiciones en asociación con él… Las hermanas me han dicho a veces, “Pero, tengo el sacerdocio con mi marido.” “Bien,” pregunté, “¿qué oficio del sacerdocio posee?” Entonces ella no pudo decir nada más. Las hermanas no son ordenadas a ningún oficio en el sacerdocio y hay autoridad en la Iglesia que no pueden ejercer: no pertenece a ellas, no pueden hacer eso correctamente más de lo que pueden cambiarse a sí mismas en hombre. Ahora, hermanas, no tomen la idea que quiero transmitir que no tienen bendiciones o la autoridad o el poder perteneciente al sacerdocio.
Cuando se sellan a un hombre de Dios que lo posee y que, mediante la superación, hereda la plenitud de la gloria de Dios, usted comparte eso con él, si está en forma para ello, y supongo que lo estará (CR 04 1921, 108).
Esta explicación más detallada no aclaró mucho. Incluso si una mujer era "uno" con su marido poseedor-del-sacerdocio, ella aún no podía hacer nada, como resultado de esa unión.
Por otra parte, el presidente Penrose dio la impresión que el sacerdocio no existe aparte de los oficios del sacerdocio. Luego informó de mujeres que le preguntan "si ellas no tenían el derecho de administrar a los enfermos" y, citando la promesa de Jesús a sus apóstoles de las señales que seguirán a los creyentes, reconoció que podría haber ocasiones en las que tal vez sería prudente para una mujer imponer sus manos sobre un niño, o una sobre otra a veces, y se han producido los nombramientos hechos para nuestras hermanas, algunas buenas mujeres, para ungir y bendecir a otras de su sexo, que esperan pasar por momentos de gran prueba personal, dolores y ‘labor’ de parto, así que está bien, hasta donde va. Pero cuando las mujeres circulan y declaran que han sido apartadas para administrar a los enfermos y tomar el lugar que es dado a los ancianos de la Iglesia por revelación, según lo declarado a través de Santiago de la antigüedad, y por medio del profeta José en los tiempos modernos, es una suposición de autoridad y contrario a las Escrituras, que cuando las personas que están enfermas se llamará a los élderes de la Iglesia, y orarán por ellos y oficialmente impondrán las manos sobre ellos (CR 04 1921, 198).
Aun cuando el Presidente Penrose citó aquí la autoridad de José Smith y aun cuando José Smith desde luego había enseñado la propiedad y la autoridad de los élderes para sanar a los enfermos, el Profeta había citado esa misma escritura en la reunión de la Sociedad de Socorro del 12 de abril de 1842 pero, irónicamente, había hecho un comentario muy diferente: “Estas señales… seguirán a todos los que crean ya sea hombre o mujer.”
Otra aclaración de la posición de las mujeres llegó en 1922 cuando la Primera Presidencia, consistente entonces de Heber J. Grant, Charles W. Penrose, y Anthony W. Ivins emitió una circular definiendo los propósitos de cada organización auxiliar. La Sociedad de Socorro fue primero: “Las mujeres, no siendo herederas del sacerdocio excepto cuando lo disfrutan y participan en las bendiciones a través de sus maridos, no están identificadas con los quórumes del sacerdocio” (Clark 4:314-15). El patrón de eliminar a las mujeres de la esfera de todo lo relacionado con el papel del sacerdocio masculino, ahora se había establecido, clarificado, y validado.
La fuerza de ese patrón puede ser visto a través de una carta de Martha A. Hickman de Logan, que en 1935 escribió a la presidenta general de la Sociedad de Socorro, Louise Yates Robison, preguntando si era “ortodoxo y aprobado” que las mujeres realizaran lavamientos y unciones de mujeres a punto de dar a luz.
“Hemos oficiado en esta capacidad unos diez años, he disfrutado nuestro llamamiento, y he sido apreciada. Sin embargo, ya que… las preguntas [sobre la “ortodoxia”] se han planteado, no nos sentimos totalmente cómodas. Nos gustaría estar en armonía, así como también ser capaces de informar correctamente a quienes buscan información.” (Hickman 1935)
La Hermana Robison respondió la pregunta a través de la presidenta de la Sociedad de
Socorro de la Estaca en Logan.
En referencia a la cuestión planteada [por Martha Hickman], podemos decir que esta bella ordenanza siempre ha estado con la Sociedad de Socorro, y es nuestra sincera esperanza que podamos seguir teniendo ese privilegio, y hasta la actualidad, los Presidentes de la Iglesia siempre nos lo han permitido. Hay algunos lugares, sin embargo, donde una posición definitiva en contra de ella ha sido tomada por las autoridades del sacerdocio, y donde tal es el caso, no podemos hacer otra cosa que aceptar su voluntad en el asunto. Sin embargo, cuando les es permitido a las hermanas hacer esto para las futuras madres, deseamos que se haga muy silenciosamente… Es algo que debe ser tratado con mucho cuidado, y como ya hemos sugerido, sin sacarlo a la vista o discusión de la misma. (Robison y Lund 1935)
Obviamente, las bendiciones no realizadas por los poseedores varones del sacerdocio ahora eran sospechosas.
El año siguiente Joseph Fielding Smith, que pronto llegaría a ser presidente del Quórum de los Doce, escribió a Belle S. Spafford, nueva presidenta General de la Sociedad de Socorro y sus consejeras, Marianne C. Sharp y Gertrude R. Garff:
“Si bien las autoridades de la Iglesia han dictaminado que es permisible, bajo ciertas condiciones y con la aprobación del sacerdocio, que las hermanas laven y unjan a otras hermanas, sin embargo, sienten que es mucho mejor para nosotros seguir el plan que el Señor nos ha dado y enviar por los Élderes de la iglesia para que vengan a bendecir a los enfermos y afligidos” (Clark 4:314). 
Por supuesto, sería difícil para una hermana decir que no desea seguir “el que el Señor nos ha dado” al pedir la administración de sus hermanas en lugar de los élderes. La carta de José Fielding Smith terminó oficialmente las bendiciones de las mujeres, donde todavía no lo habían dejado. Aunque algunos casos modernos de mujeres que bendicen han salido recientemente a la luz,3 no hay más evidencia de bendiciones dadas en conjunto con la Sociedad de Socorro. Durante las tres décadas siguientes otros pronunciamientos de líderes de la Iglesia destacaron más el papel masculino del sacerdocio. J. Reuben Clark, Jr., miembro de la Primera Presidencia, definió el sacerdocio en 1940 como “la autoridad de Dios conferida sobre los hombres para representarle en ciertas relaciones por medio y entre los hombres y entre los hombres y Dios.” Pero en el resto de su discurso, el Presidente Clark se refirió a sí mismo y a otros miembros varones como “el Sacerdocio” en lugar de hombres con la autoridad del sacerdocio, el poder, o llamamientos (CR April 1940, 152-54).
En 1956, cuando el Apóstol Marion G. Romney habló de los dones espirituales en la conferencia general, no hizo mención de las mujeres:
“Los hombres justos, que poseen el santo sacerdocio del Dios viviente e investidos con el don del Espíritu Santo, que magnifican sus llamamientos… son los únicos hombres sobre la tierra con el derecho a recibir y ejercer los dones del espíritu” (CR April 1956, 72).
La influyente revisión del Apóstol John A. Widtsoe de su Priesthood and Church Government habla de los poderes del sacerdocio. El capítulo sobre los dones espirituales se examina cada uno de ellos después de una introducción que anuncia que "los dones espirituales son debidamente disfrutados por los santos de Dios, bajo la dirección de ‘los que Dios nombrare y ordenare sobre la Iglesia’ –es decir, el sacerdocio y sus funcionarios” (Widtsoe 1954, 38-39). La discusión de la revelación, el discernimiento, la curación, la traducción, y el poder sobre el mal no hace reconocimiento que pueden existir estos dones fuera del grupo de sacerdocio ordenado.
Sobre las mujeres, el Élder Widtsoe escribió el frecuentemente citado pasaje: “El hombre que arrogantemente siente que es mejor que su esposa porque él posee el sacerdocio, ha fracasado completamente en comprender el significado y propósito del Sacerdocio.” ¿Por qué? Porque “el Señor ama a Sus hijas tanto como a Sus hijos” y “los hombres nunca pueden elevarse por encima de las mujeres que les dan a luz y los nutren,” “la mujer tiene su don de igual magnitud, la maternidad” (Widtsoe 1954,89-90).
Desde la década de 1950 hasta principios de la década de 1980, la igualdad ciudadana para las mujeres en el reino parece haber sido remplazada con la glorificación de la maternidad, ignorando de este modo a las mujeres solteras o sin hijos e ignorando también la paternidad como el equivalente de la maternidad. Limitar la definición del sacerdocio a principalmente funciones eclesiásticas y administrativas tiende a limitar los papeles de ambos sexos. Cualquier cosa considerada tradicionalmente como “masculina” en la Iglesia ha llegado a ser adosado exclusivamente al sacerdocio, y este énfasis acentúa –incluso aumenta – las diferencias entre los sexos en lugar de concentrar o expandir los papeles de ambos.
Aunque se puede argumentar que las funciones de la madre de embarazo, nacimiento y lactancia están equilibradas con las del padre de dar un nombre y bendecir, bautizar, confirmar, y ordenar a sus hijos, estos actos no quitan del padre la responsabilidad de la crianza del día a día. Y aun cuando el padre a menudo es admitido a la sala de parto para presenciar el nacimiento de sus hijos y ser una parte del proceso de nacimiento y unión, la madre todavía no es invitada a los círculos de bendición. Si las mujeres, verdaderamente, poseen el sacerdocio con sus esposos, su presencia debería ser bienvenida, particularmente ya que padres sin sacerdocio algunas veces son admitidos en el círculo de bendición. Todo esto a un lado, las responsabilidades de la paternidad están siendo cada vez más acentuadas por los líderes de la Iglesia, moviéndonos hacia un modelo de sacerdocio más inclusivo:
fraternidad masculina-fraternidad femenina, maternidad-paternidad, todo funcionando en el ámbito más amplio del sacerdocio compartido.
La “equivalencia” maternidad-sacerdocio ignora también el hecho que las mujeres desde el principio de la historia de la Iglesia no sacrificaron su importante papel como madres mientras participaban plenamente de los dones espirituales del evangelio. Tampoco hay evidencia que sugiera que las actividades espirituales de las mujeres o su independencia dentro de la organización de la Sociedad de Socorro en manera alguna disminuyeran los poderes del sacerdocio de los hombres o su ejercicio de ellos.
Aunque muchas obras destinadas a explicar el “lugar exaltado” de las mujeres mormonas han aparecido recientemente, han sido, en general, históricamente poco profundas.4 Sin embargo, tan recientemente como enero de 1981, James E. Faust del Quórum de los Doce, dijo a un grupo de psicoterapeutas mormones:
“El sacerdocio no solo está centrado en el varón –o esposo, sino que alcanza su potencial solamente en la relación eterna del esposo y la esposa compartiendo y administrando estas grandes bendiciones para la familia (Faust 1981, 5). 
Y la guía de estudio 1980-81 del Sacerdocio de Melquisedec cita al Presidente Joseph Fielding Smith:
“No hay nada en las enseñanzas del evangelio que declare que los hombres son superiores a las mujeres… Las mujeres no poseen el sacerdocio, pero si son fieles y verídicas, llegarán a ser sacerdotisas y reinas en el reino de Dios, y eso implica que les será dada la autoridad” (McConkie 3:178).
Aunque el péndulo ha oscilado lejos de la visión profética de José Smith de las mujeres como reinas y sacerdotisas, poseedoras de las llaves de las bendiciones y dones espirituales, las declaraciones del Élder Faust y el Presidente Smith pueden señalar una reevaluación teológica del papel de la mujer. Un redescubrimiento de la historia de los dones espirituales de las mujeres mormonas ha despertado también el interés en la idea de madres y padres ungiendo de manera conjunta y bendiciendo a sus propios hijos; de esposos recibiendo, como Wilford Woodruff, bendiciones de sus esposas (CR Oct. 1910, 20; Oct. 1919, 31); de madres estando en el círculo cuando sus bebés son bendecidos; de mujeres bendiciéndose unas a otras o a sus hijos (una bendición de madre) en momentos de necesidad especial, de mujeres así como hombres de manera conjunta ejerciendo los dones espirituales en beneficio uno de otro. Una comprensión más amplia, más inclusiva, del sacerdocio podría fortalecer los lazos maritales y familiares y de nuevo permitir a las mujeres solteras compartir más plenamente en los dones del espíritu, que en na vez fueron comunes en la casa de fe.
Esto podría significar una revisión de la política SUD de ordenar mujeres a los oficios del sacerdocio o podría significar simplemente hacer cambios en el Manual General de Instrucción que podría revertir la ola que ha despojado a las mujeres de estas oportunidades a través de más de cien años de desarrollo de políticas.


1 Para ejemplos de mujeres participando en sanación en Kirtland, vea Linda King Newell and Valeen Tippetts Avery, "Sweet Councel and Seas of Tribulation: The Religious Life of the Women in Kirtland," BYU Studies 20 (Winter 1980): 151-62. Vea también Linda King Newell, "Gifts of the Spirit: Women's Share," de próxima aparición en un volumen editado por Lavina Fielding Anderson y Maureen Ursenbach Beecher. Parte de ese ensayo se publicó "A Gift Given, A Gift Taken: Washing, Anointing, and Blessing the Sick Among Mormon Women." Sunstone 6 (Sept./Oct. 1981): 16-26, del cual algún material ha sido adaptado para este ensayo.

2 Declaraciones como esta a veces son desechadas como referencias a la más alta ordenanza de la iglesia, la “segunda unción" o "plenitud del sacerdocio", pero esa la ordenanza de hecho confiere el poder del sacerdocio sobre las mujeres. Ver Buerger 1983.

3 Desde la publicación de parte de este ensayo en 1981 (n. 1), como diez mujeres me han contado sus
experiencias en el ejercicio de los dones espirituales. Dos mujeres, en casos separados, cada una bendijo y sanó a un niño a su cuidado. Ninguna de estas mujeres había discutido nunca antes la bendición por temor que se le considerara “inapropiado.” Otra mujer recogió el en sus brazos el frágil cuerpo de su hermana acosada por el cáncer, y la bendijo con un día libre de dolor. Varias mujeres reunidas bendijeron a una amiga íntima justo antes de su histerectomía. Una hija contó de una bendición administrada a ella por su madre, para el alivio de los intensos espasmos menstruales. Otras pidieron que su experiencia no fuera mencionada –de nuevo, temiendo que lo que había sido personal y sagrado para ellas fuera malentendido y visto como inapropiado por otros. Por supuesto, la misma clase de bendiciones, cuando son realizadas por poseedores del sacerdocio, generalmente son contadas en las reuniones públicas de la Iglesia como experiencias promotoras de la fe y son  en ese espíritu por los miembros de la iglesia.

4 El más ambicioso, Oscar W. McConkie, She Shall Be Called Woman [Se Llamará Mujer] (Salt Lake City: Bookcraft, 1979), afirma que la naturaleza eterna de las mujeres es diferente en esencia de la de los hombres, que el papel principal de las mujeres en la vida (y la principal contribución a la Iglesia) es la maternidad, que las mujeres tienen “mayor sensibilidad para las verdades espirituales” y que los esposos justos son “el salvador de las esposas.” Además, reconoce la responsabilidad igual de los padres en la crianza de los hijos y declara que “muchos de los hermanos, que aparte de eso son cristianos disciplinados, ejercen injusto dominio sobre las mujeres” (pp. 117, 4, 124).


BIBLIOGRAPHY
A menos que se indique lo contrario, todos los manuscritos están en los Archivos del Departamento Histórico, Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, Salt Lake City, Utah. Cannon, Angus. In "Quarterly Conference, Salt Lake Stake." Woman's Exponent 7 (1 Nov. 1878): 86.
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2 Comments

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  1. Muy buen articulo, refuerza aquellas cosas que ya tenia acerca sobre el papel de la mujer y algunas referencias que no tenia. Muy buen articulo

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    1. Me alegro que le haya gustado. Veremos más cambios con las hermanas de la iglesia. De cierto que anunciarán el sacerdocio a ellas en no un futuro lejano

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